Yedras de hierro se enredan a tu rostro
con mi surco de besos,
con el barro deshecho que me dio tu cintura,
con la lira de sangre que deshojó tu vida
y tu sombra de azucena de la que soy creyente:
Madre.
Cuando el dolor asesina tus espejos
con un grito de estaño en tus cristales.
Cuando tu flor amarilla se deshoja de frío
y pájaros de hielo cruzan brisas de plata.
Cuando aspiro tu olor de lirio herido
y se dobla tu junco que me dio fortaleza
y mis manos no pueden contenerlo,
viven mis dedos sensación de lazos
y en mi voz de cristal vibra una espada,
una flecha con arco disparada
al azul con silencios de plomo.
Sin deshojar mi altura adoro tu verdad.
Mi cuerpo de bronce se hace pulpa de niño.
Mi tristeza de hombre,
por túnel sin aurora,
cargados de leyes mis hombros de aceite,
sólo sabe tu nombre que es de pluma
y se queda en mis labios suspendido.
Sólo sabe tu nombre.
Mis rodillas se doblan
como pájaros sin alas.
Se llena mi boca de panales,
mis manos de bondad
y mi ser de inocencia…
Madre.