Poema para hablar con el hijo

Te toco y sufro. Siento y apedreo
el muro de cristal que nos separa.
Hay una orilla de agua de jazmines
en el dulce vibrar de tus pestañas.
Hay un libro de amor en tus pupilas,
miro el aro de luz que por sus páginas
va subiendo hacia el mundo de los hombres
y nombrando la libertad que falta.

Es un aro de vidrio al que le espera
un desierto de rocas y alimañas
que se llama mañana en el lenguaje
y se apoya en frágil esperanza.
Estás en el hoy, no en el ayer
que pasó sin traernos el mañana,
tu ayer de balbuceo de rocío
hecho del vidrio azul de la metáfora.
Tengo miedo y odio de mí mismo
al no entregarme a ti como se entrega el agua
cuando cae en el vaso del sediento
y se convierte en gota aprisionada.

Estás tan cercano en mi sentir,
tan libre estás en tu dorada jaula
que me arranco la ortiga del lenguaje
para que suene en ti como las arpas.
Te sigo mirando día a día,
queriendo día a día, sin mañana,
supurándote en hoy, renovando
este pisar la nieve que nos tapa.

Eres más mío, tan cercano
que a veces la humildad rompe mi cara,
pone un lagrimón en mis pupilas
y rezo al vientre que parió tu alma.

[II,439]