Ser poeta es ser azul y verde,
ensangrentado y pálido, limpio y estiércol.
Ser poeta es desnudarse en llaga insomne de alarido
como una antena de carne para recoger
los latidos del mundo.
Ser poeta es luchar contra el muro de niebla
que las palabras ponen entre los hombres.
Ser poeta es estar continuamente golpeado
por el arcángel negro de la realidad
y el arcángel azul del sueño,
levantando el muro de la rebeldía
del hombre en la lucha de la rosa y la llama.
Ser poeta es romper el caparazón de todos los arco iris
y escupir a la belleza cuando su pupila
sea indiferente a las podridas cáscaras del hombre.
Ser poeta es tirar la piedra de la verdad
contra los escaparates del carnaval moral,
carnaval religión y carnaval patria,
cuando estos principios se vuelven impuros
y sirven para arropar el crimen y mantener tiranos.
Ser poeta es hundir todos los barcos,
quemar todos los puentes
y seguir escribiendo sobre el agua.
Ser poeta es desnudarse el alma como un libro
de páginas en blanco y dejar que la vida
escriba sobre ellas todas sus resonancias.
Ser poeta es describir el radiograma de la flor,
los labios del rocío, el vuelo de las palomas,
la luz del alba.
Ser poeta es acariciar a los niños,
abrirle la jaula a los pájaros
y sentir en las manos el contacto
de los callos del alma.
Ser poeta es asombrarse
de la espiga, de la gota de agua,
de las abejas, de la yerba
y no sentir asombro de las bombas atómicas,
de los polaris, del rayo de la muerte,
ni de esos cohetes criminalmente dirigidos
que inventan los hombres
para las ferias de las destrucciones.
Ser poeta es tocar el dinero como se toca el humo
y, ante todo, ser poeta es bajar hasta las chozas
donde la lengua del hambre extiende su piel
y denunciar la historia del progreso
mientras exista la hiel de estómagos vacíos.
Ser poeta es tener un arcángel sonámbulo
navegando los ríos de las venas.
[I,65]