La espera es como un puente
tendido sobre rocas puntiagudas.
El ala de la muerte
envía sus microbios
afilando caras,
introduciendo en las mujeres
tapones de arena.
El alba de la vida roza vientres
y las manos humildes del médico
parecen oraciones tanteando la carne.
El dolor es un agua permanente,
una lluvia que viene,
un alfiler vestido de relámpago
que penetra en el polvo de los huesos.
Los niños no comprenden,
los niños se fatigan de la espera,
los enfermos tristes, implorantes
piden en un grito la piel de la esperanza.
La tierra es una clínica
y la muerte un relámpago de níquel.
[III,99]