CRÓNICA SOBRE LA ENTREGA DEL PREMIO NOBEL DE PORNOGRAFÍA A LAURENTINO AGAPITO AGAPUTA
PRESENTACIÓN
Me llamo Laurentino Agapito Agaputa y nací en la Tierra. Soy calvo de nacimiento y en una guerra incivil me hicieron una herida en la cabeza que tiene la forma de un bello sexo de muchacha. Mi calva solo tiene un pelo en forma de sexo de muchacho. Aprovechando la originalidad de mi pelo y mi herida llamé a mi amigo el pintor Pinto y Meo para que dibujara en mi calva una muchacha desnuda. Pinto y Meo hizo coincidir mi herida con el sexo del dibujo y así pude meter mi pelo-pene en la herida-sexo.
Las autoridades que velan por el sueño tranquilo de la moral de los padres de familia, las madres de familia y los hijos e hijas de familia me acusaron de exhibicionista y a mi calva de pornográfica. El juez me condenó a sombrero perpetuo.
Todas las naciones del mundo dieron la noticia:
“Al gran inventor y primer calvo de exposición de la Tierra se le ha concedido el Premio Nobel de la Pornografía”.
La radio-televisión de su país notificó al mundo que su hijo patrio había sido galardonado con la más alta distinción sexual. La noticia que dieron los teletipos decía, más o menos:
“Al gran poeta calvocatólico, calvoapostólico y calvoromano Laurentino Agapito Agaputa se le ha concedido el Premio Nobel de la Pornografía”.
Radio Lisboa gritaba:
“Foi entregue u Premio Nobel da Pasarola ao poeta da Vila Laurentino Agapito Agaputa”.
La radio-televisión trasladó sus equipos a la patria chica de Agapito y desde el balcón del Ayuntamiento habló para el pueblo donde, según le dijeron, había nacido.
–Camaradas: la oscuridad que ensucia al mundo jodido por el caos de las multinacionales químicas, físicas, celulósicas y nucleares, está haciendo que nuestro Padre y Dios Sol se cabree. Si los gobiernos de la Tierra no ponen fin a estos sucios negocios, nuestro sol se meará en la Tierra destruyéndola.
Los muchachos y las muchachas gritan:
–¡Auá, auá, Agaputa, Agaputa y nadie más…!
El pueblo aplaude puebléticamente, mientras penetra en el salón del Ayuntamiento el alcalde de la ciudad, D. Odulario Braile, y detrás el Mingui; D. Asdole Pataco, y detrás el Mingui; D. Pis Jacas, y detrás el Mingui; y luego entran todos los minguis y mingos de la ciudad.
Se oye música de jazz. Agaputa avanza totalmente descubierto. Las muchachas y muchachos se alzan para verle bien el dibujo que ostenta en su calva. El alcalde presenta al Premio Nobel.
–Señoras y señores, muchachos y muchachas, niños y niñas, militares sin y con graduación. No pretendo presentar a este insigne calvo, porque todos ustedes lo conocen por sus maravillosos escándalos a lo largo y ancho de este redondísimo mundo. Por su célebre licorera, que asustó a la ciudad de Nueva York, le fue concedida la Gran Medalla del Marqués de Sade. En la ciudad de No Te Canses Para Que Te Citen le dieron un homenaje por un aparato indispensable para la realización de… Pero creo que ya he hablado demasiado y le concedo la palabra a nuestro Premio Nobel.
–¡Camaradas! ¿La bomba atómica? ¿El radar? ¿La televisión? ¿La penicilina? ¿Los Beatles? ¿Los bonzos? ¿La barba de Fidel Castro, imposible de afeitar por las cuchillas de los Estados Unidos? Todo esto es muy maravilloso y siglo XX, pero algo más asombroso tenía que llegar a nuestra Tierra traído de la mano de un español residente en Asia. ¿Los platillos volantes? Sí, algo parecido a esos platos que vuelan y traen locos a los americanos, algo como gorras, como hígados, como no se qué hongos raros segregando un líquido parecido a los meaos de los burros. Esto es el Hongo. Y dirán las mujeres: “¡Sí!. Nosotras tenemos ideas luminosas.” Y diré yo: “Tenéis ideas luminosas, y por eso dais a luz”.
[Un puritano grita: ¡Bárbaro! ]
Y digo esto de las mujeres relacionadas con el Hongo porque el pueblo dice muy a menudo:
–¡Ahí tu hongo, qué hongo tienes!
[Un proletario grita: ¡Viva el Pueblo!]
Y todo esto se pierde en la nebulosa de los siglos. Yo, como poeta de la era atómica…
[Un campesino grita ¡Vivan las senaras!]
…le dedico a esa cosa milagrosa que todo lo cura, y que quizás sea la tan buscada piedra filosofal de los alquimistas, toda la patriótica fuerza de mi calva. Como creo que el público aquí presente tiene abierta la sensibilidad al milagro de la metáfora, os leeré El tren y la niña, donde la plasticidad de la tragedia limita al norte con las vivas aristas de la tierra inmortal: Grecia.
Y la niña en la vía soñando al sol
como un hueso de níspero,
como un cangrejo azul colgado
de las cuerdas del otoño.
Y la niña en la vía y la madre
gritando:
Niña, ven aquí, que te llamo yooooo…
Y la gota de sangre,
y soldados borrachos cantando:
Se va el caimán
se va el caimán
se va para Barranquilla
se va y se va…
Agaputa es aplaudidísmo. La masa y autoridades que llenan el salón quedan asombradas ante el cúmulo metafórico de aquel poema que rompía con la pobrísima poesía regionalista, dándole a la poesía de su patria un sentido de universalidad.
Agaputa, después de agradecer los aplausos, dijo:
–Y ahora, señoras y señores, voy a tener el disgusto de leerles un poema que ha triunfado en todo el mundo, ya que en él he captado la esencia del para qué coño, palabras que en momentos desesperados todos decimos.
[Un muchacho grita: ¡Sí, todos! Mueran los hipócritas…]
POEMA EN FORMA DE PARA QUÉ COÑO
Dicen que la poesía es Belleza
y a la Belleza hay que mimarla,
respetarla, adorarla y cepillarle los polvos
asquerosos del mundo.
Y me dirán Bromuro de Gamberro
por la expresión vulgar de este poema.
Pero, señores:
uso la palabra del albañil,
del zapatero, del carretero, del oficinista,
uso la expresión del pueblo,
la expresión de los suburbios donde la masa
pulula y pulula no sé para qué coño.
Y por eso me fastidian muchas cosas
y sigo viviendo sin muchas cosas.
Y solamente mi poema sería recitable
si un gran actor se vistiera
de coño de muchacha en peligro,
y así, fatigado de no darle gusto a nadie,
comienzo vomitando mi poema.
¿Para qué coño golpear una máquina de escribir?
¿Para qué coño acostarse en matrimonio?
¿Para qué coño hacer niños?
¿Para qué coño deshacerlos?
Las señoras y los señores chapados a la ambigua van desfilando; la autoridades van desfilando. Una señora que llevó a su hija porque creía que aquel acto era apto para todos los públicos, tirando de la niña gritaba:
– Vámonos rápidamente de aquí.
Y la niña le preguntó:
– Mamá, ¿qué es el coño?
– Hija mía, el coño es una fruta.
– Mamá, ¿no le gusta la fruta a ese señor calvo?
– No, hijita mía. Ese señor es carnívoro, es inmoral.
En la sala siguió Agaputa leyendo su poema ante los jóvenes, los artistas y la prensa.
¿Para qué coño mear , beber, cagar, comer?
¿Para qué coño morir y resucitar
en una paloma o cardo?
¿Para qué coño existir, leer, escribir
novelas, escribir poesías, pintar cuados?
¿Para qué coño decir para qué coño?
Termino mi poema
ahora que en el mundo tristemente quebrado
no queda ni un espejo limpio
donde se pueda el hombre
mirar su pobre cara.
Los jóvenes de ambos sexos aplauden y gritan:
– ¡Viva la calva de Agaputa! ¡Viva el pelo de Agaputa! ¡Viva el coño de Agaputa!
Agaputa sale a hombros y se monta en un carro de llevar muertos. Detrás, todos los muchachos y muchachas, algunas en bikini y con guitarras eléctricas enchufadas en pilas, sobre carros en forma de caballos podridos, aúllan-cantan con música de la revolución cubana:
Agaputa sí, yanquis no.
Agaputa sí, yanquis no.
Laurentino Agaputa
es un tío divertido,
inventó una licorera
y el mejor preservativo.
Agaputa sí, yanquis no.
Agaputa sí, yanquis no.
La policía tuvo que cargar contra la multitud y el coche fúnebre, con Agaputa de auriga, llegó a su casa. La casa de Agaputa tenía habitaciones con la forma de los planetas de nuestro sistema solar y aparatos desconocidos en la Tierra: regalos que le hicieron a Laurentino en esos planetas. Un gran jardín con dos piscinas. La mayor, y más profunda, la convirtió Agaputa en la realidad de la metáfora de un poeta amigo que decía: un ángel orinó gasolina. Contrató a diez mil ángeles que meaban día y noche gasolina. Agaputa exportó los angélicos meaos a todas las naciones del mundo, ya que al tratarse de gasolina angélica era la mejor contra los accidentes.
El Estado se puso muy contento, ya que los poetas no eran tan inútiles como parecían y con sus metáforas podían producir divisas.
Agaputa estaba en el jardín cuando entraron los periodistas. Fumaba grandes puros, les daba una sola chupada y los arrojaba a la otra piscina, que estaba llena de puros:
– Esta piscina la he hecho construir para bañar puros de una sola chupada.
Y la fotografía de la calva, el dibujo y el pelo de Agaputa salió en las portadas de las mejores revistas del mundo.