Mi jardín sumergido
con columpio de niños.
Mis pasos por pasillos de celuloide
donde los gatos encienden sus maullidos.
Mi caminar de tibias norias húmedas.
Mi floración de péndulos heridos
por el latir de inmensas amapolas.
Mi cuarto sin vestir,
mi máquina sin aire.
Mi verdad sin notarios
sangrada con élitros de pulpa,
helándose despacio
en libros sumergidos.
Mis labios sin decir
la relación que tienen
los violines con frías
pantallas de quirófanos.
Aquel hombre sabía demasiado
y se murió de pronto
como un papel sin escribir te amo.
Aquella mujer tenía la cabeza tropezada.
Largas cabelleras de arañas sin aceite
alumbraban los ojos de la muerta.
Aquel niño agonizaba en alpargatas
meciéndole la bestia
sin atreverse a orar
por las filas del húmedo cirio.
He creído siempre que un rey sin hojas
no tiene nunca demasiada tristeza.
Mi tristeza esposada,
con cinta de caimán partido,
pluma de faisán ahogado
y letra de poema azul.
Mi tristeza pesada
de plomo atómico de aire.
[I, 83]