Elegía a la cabeza de un niño

En un chozo mojado de silencio
la veleta de la noche
deshojó su pupila, sobre un burro cabalgado
por un ángel de radium con espuelas de avispas.
Un fantasma rojo decapitó el sonido
de siete primaveras.

Unos dientes de agua salobre
sepultaron las manos de una madre
en el féretro del dolor.

Su cabeza de nata,
su cabeza de nube,
su cabeza de nieve
en la fiebre amarilla de un poema.
Su cabeza arrancada como un lirio.
La madre de sal,
entre mantas de betunes alados
y pantanos de yerba.
El mar está muy lejos
y el río tiene miedo de rozar canteras.
El agua no quiere encontrar
la cabeza como un alga.
El agua tiene pena de flotar
el silencio de ese niño.
El agua tiene limpia la mirada
y no quiere mirar tanta tristeza.
Al niño lo robaron
tibios gorriones de la selva.
Decid que no fue un burro
el que arrancó de cuajo su cabeza,
que fue la luna misteriosa,
la brisa cargada de jacintos
quien segó su cabeza.

Yo no lo digo.
Pronuncio palabras
de oraciones y esterqueras,
de cuervos reventados
contra el manto nupcial de los poemas.
Digo que fue un burro
que dormía junto a la sombra de esa pena,
junto al frío y al hambre de ese niño
que no supo que el mundo era una mierda.

[III,61]