Os voy a contar una historia,
la tragedia de un papel de estraza
que en la puerta de un almacén,
liberado de la pringue
crujía sonoro de brisa baja.
Rodaba oscuro como la piel de un toro,
escupía nostalgias de apresar
el volumen de un queso
o la riqueza quemada
en el hambre del chorizo.
Tenía el emblema
pálido de una flor,
la orfandad de su tristeza,
golpeado por los látigos de la brisa.
Huérfano de manos de niño,
de contacto de madre
que lleva a su hogar
un pequeño envoltorio
para dejarlo a la luz del fogón,
incluirlo en el jornal de hambre,
darle un poco de calor,
un temblor de casa,
una arruga de anciana que suspira
por los botones rojos de los nietos.
[III,62]