Frente a la niña de las medias negras
el pájaro del viento picoteó los ojos de la luna
y nunca más la sangre
caminó por el labio adolescente.
Han alzado un pañuelo para secar el llanto,
las mejillas sostienen una lágrima,
el aroma de un cirio permanece en la niebla.
Cruza por la ventana la pizarra de un niño,
cruzan por las ventanas unas ruedas de tiza,
un babero de nube comienza a llover.
[I, 201]