Las telarañas del otoño son cabellos
de muertas primaveras,
espectros de rosas
que vienen junto al río a tomar el sol
y cuelgan de los pinos
cuerdas frías de arpa abandonada.
Llegan como pálidos suspiros,
rozan mis cabellos,
acarician mis hombros con el polvo delgado
de sus hilos de luna.
Quieren hablarme
y sus lenguajes mágicos
hechos del algodón de las estrellas
golpean con tristeza las brumas de mi alma.
La tarde tiene heridos sus ojos amarillos
y las telarañas del otoño llueven sobre mi pecho.
[I, 214]