El hombre recogía
los cagajones de los caballos
que abrían la comitiva de la Semana Santa.
Guardias civiles montados
con sables desnudos
herían la penumbra.
Detrás venía la cruz,
venían los cirios,
nazarenos, gobernadores y obispos.
Detrás venía
la imagen de Jesús
llevada por el pueblo,
las mujeres descalzas
hambrientas de pan y luz.
Olía a flor de almendro,
a muchacha encendida,
a vestido de luto
desnudando la luz de la mujer.
Olía a beso de la vida
y a cirio de la muerte.
Delante, con su escoba,
con su espuerta y su pala,
el triste barrendero
recogía los lentos cagajones.
[III,134]