De tamtam de cigarras y babas de volcán,
de sonido de clavícula de encina
partida por el hacha de la llama,
de manos de pesos de sombras,
de mariposas húmedas llenando las pupilas
de cabellos cortados
y hélices de cuchillas de afeitar
degollando gargantas de lluvia;
de todo lo que agrande en el paisaje
la arena de la luz golpeando con granos
hirvientes los redondos violines de los ojos.
Llega el verano con capa de púrpura,
con vara de costras:
tallo y sonido de lodo.
Con cintua de nenúfar podrido,
piano de polvo y espada de sal.
Con manos de guata,
labios de pasto
y pene de sol
atravesando el pubis de la tierra.
Flotando como un tronco
en las aguas del río
yo te miro gozar a las mujeres
que se tienden a ti
y penetras desde la paja del cabello
a las tristes uñas de los pies.
Tú rompes los espejos,
manchas las axilas
y haces que los hombres
huelan a estiércol puro,
que todo huela a fango
y a un grito de muchacha cabalgada.
Naces caballitos del diablo,
mariposas de luz,
lumbre de moscas
y alfiler vampiro de mosquito.
Naces el corazón de las sandías,
la pulpa del melón
y la sangrienta herida del tomate.
Naces el horizonte de las playas
y la oración del junco sobre el río.
[III,151]